La alianza entre la Central de Depósito de Valores (CEDEVAL) y el custodio internacional Euroclear acortará esos movimientos y los tiempos de espera, que pasarían de tres días a uno. Mariano Novoa, presidente de CEDEVAL, explica que anteriormente trabajaban con dos custodios: Clear Stream, en Europa; y JP Morgan, en Nueva York.

“Ambos son buenos, pero Euroclear le ofrece una serie de ventajas al mercado de El Salvador, pues más del 90 % de emisiones soberanas, es decir, las que emiten los gobiernos y las corporaciones internacionales, se deposita ahí”, apunta Novoa.

Diego Pizzamiglio, relationship manager para América Latina de Euroclear, asevera que la facilidad aplicará no solamente a la deuda salvadoreña, sino para liquidar más de un millón de títulos elegibles en 46 países.

“En cuanto Euroclear recibe la notificación de los bancos depositarios, el dinero llega a Londres y como Euroclear abonamos a todos nuestros clientes que tengan posiciones, CEDEVAL es uno de ellos”, relata. La ruta aplicará también para la amortización.

La central salvadoreña es el segundo depósito de valores del istmo en suscribir un acuerdo con la firma londinense. El primero fue Latin Clear, de Panamá, en abril de 2014.

En ese caso, Euroclear también agregó un soporte de títulos de deuda pública y, en los próximos meses, también aceptará instrumentos privados.

“En Centroamérica, Panamá es el primero y es para nosotros un test para ver cómo funciona el enlace en esta parte del mundo. Como Euroclear estamos buscando darle soluciones a inversionistas internacionales en mercados domésticos”, relata Pizzamiglio. En Latinoamérica, la multinacional ya está presente en México, República Dominicana, Chile, Argentina y Uruguay.

Según Novoa, CEDEVAL ve oportunidades en volver negociables internacionalmente los títulos locales; sin embargo, antes se deben cumplir otras condiciones, como recuperar el grado de inversión.

Cada año, la depositaria salvadoreña liquida intereses por unos $575 millones, tanto del sistema nacional e internacional.

Fuente: El Economista

Edición Abril – Mayo 2015

Por: Pablo Balcáceres